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Blog de #biblioteca del irc-hispano

Hace un tris que corta el cutis.

Hace un tris que corta el cutis. Queridos y queridas, no puedo por menos que lanzarme a la aventura de contaros como vive mi humilde persona y sevidora vuestra, que lo soy, cómo vive, digo, la ola de aire siberiano que nos ataca.
Podría decir, con una sola palabra que: Mal. Pero entonces no escribiría nada más y mi intención se vería abortada y una weblog no tendría sentido, para eso escribiría telegramas...Como ya os he repetido hasta la extenuación padezco de verborrea, en este caso de graforrea, se debe llamar y por lo tanto intentaré contaros mis experiencias detalladas con la cosa de la bajada de temperaturas y la pertinaz sequía que nos agobia.
Bien. Comenzaron anunciando en los diversos medios de comunicación que se acercaba una ola de viento helado procedente de Siberia, como Miguel Strogoff, y que nos iba a lucir el pelo. Como no hay que dar pábulo a las informaciones que nos cascan ultimamente, muchos, entre ellos yo, pensamos que se estaban curando en salud por lo del atasco en la nieve los días posteriores a la Nochebuena en algunas regiones de España. Ya se sabe...como lo habían hecho con los pies y habían dejado a la gente tirada dentro del coche en las carreteras, ahora nos metían miedo para que, por si acaso, no salieramos a ningún lado. Aquí ya se sabe, en lugar de prevenir lo que se hace es disuadir. Pensaba yo que si eso ocurriera en los paises del Norte de Europa se pasarían el invierno metidos en su casa durmiendo como los osos...pero en fín, es que esos de por ahí arriba son como son, cabezas cuadradas, ya se sabe, no tienen imaginación ninguna, no como nosotros, los mediterráneos, que tenemos inventiva y todo lo arreglamos con un poco de cinta aislante.
Bueno, estaba yo en esas cavilaciones el mismo lunes por la calle, con el abrigo al brazo, que hacía un solazo estupendo y daban ganas de ir preparando la ropa de primavera, cuando, de una manera harto felona, se hizo realidad el pronóstico meteorológico y comenzó a bajar la temperatura. Supuse en un principio que sería una cosa subjetiva, de que me habían acabado convenciendo los poderes mediáticos, pero, no, oiga, no. Comenzaba, como si fuera una peli de sesión contínua, un frio que pelaba. No solamente un frio que pelaba, también había comenzado un vendaval que no solamente se llevaba la polilla, se llevaba también la ropa y hasta el armario. Como una es de la facción escéptica, pensé que, como lo habían anunciado tanto, la cosa no sería para tanto, y por eso no quise hacer el ridículo abrigándome de forma ostensible. Craso error. No solamente tendría que haberlo hecho de forma ostensible, tendría que haber salido envuelta en un edredón de cama king size. Naturalmente mantuve el tipo durante toda la mañana del martes y parte de la tarde y puse cara de: qué exagerados sois, total...fresquete y algo de airecillo.
Como la divina providencia me conoce y quiso rebajar mi nivel de orgullo, me sometió a una prueba de humildad y comprobación de la fuerza de la naturaleza sobre la vil mortal. Ah, qué lección ejemplar. El martes por la tarde, con la chaquetita, sin abrigo naturalemente, las dos manos cargadas de bolsas y el mechón al viento, una bufarada algo más fuerte que las otras que ya tenían per se categoría de ciclón, al revolver de una esquina, que decían León y Quiroga, me lanzó de culo al suelo. Si señores, si, al suelo, al santo suelo, a traición, de improviso. Yo, la hija de mi madre, tenía que darle la razón a los medios de comunicación contra los que combato siempre que puedo y además tendría que levantarse, lo cual, con el ventarrón que tenía de frente no era tarea fácil. Lo primero que hice, naturalemente, con gran perspicacia, fué mirar si me había visto alguien. De ser así pensaba fingir que estaba buscando una moneda de un céntimo de euro que se me había caido. Como estaba más sola que la una, bueno, si no tenemos en cuenta los papeles, hojas y demás porquerías que volaban a mi alrededor, pues decidí que podía intentar levantarme sin disimulo. Procedí a hacerlo y , oh sorpresa, no había manera. Me lastré con el bolso que pesa lo mismo que debe pesar la vida para un pobre de solemnidad y tomé impulso. Nada, oiga, no había manera. El viento, que le hacía el juego a los periódicos y a las emisoras de radio arreciaba. Yo seguía sentada y no demasiado agusto en el suelo rodeada de todas mis pertenencias. De repente se me prendió la luz del ingenio. Me fijé y vi a pocos pasos detrás mio una señal de : Prohibido aparcar o le matamos un hijo, anclada al suelo por una barra metálica de color aluminoso. Me fuí reculando, núnca mejor dicho hasta ella. En esa labor la dirección del viento me acompañaba en el empeño y me así con ambas manos al palo. Respiré hondo como me han enseñado a hacerlo en yoga y me impulsé hacia arriba tratando de recuperar la horizontal. Como náugrafo en medio del mar aquella barra metálica me sostuvo. Me erguí, pues y probé, con una mano agarrada a dar dos pasos al frente y a la vez agacharme para recuperar las catorce bolsas que llevaba colgadas de las manos. Por cierto, un inciso. Os habeis dado cuenta alguna vez de la capacidad del ser humano femenino para acarrear bolsas repletas y su peso correspondiente?. Acabaremos mutando nuestra especie y convirtiéndonos en mujeres toro-grúa, estoy segura. Bueno, como decía, intenté avanzar a la vez que me agachaba y con gran esfuerzo, soltando una mano del palo de marras, conseguí recuperar la mitad de las bolsas y el bolso tamaño baúl que llevo normalmente, mi bolso es mi hogar, está claro. Con gran valentía y valor tomé impulso, me tiré hacia delante y conseguí llegar hasta la otra mitad de las bolsas. Estaba salvada?...pues...el caso es que en ese momento mismo paró el capullo del viento y me vi impulsada hacia delante como si quisiera embestir el coche aparcado justamente enfrente mio. Naturalmente, con gran donosura, compuse el gesto, hice una graciosa cabriola digna del gran Nureyev y me pegué a la pared siguiendo mi camino.
Todo esto, para el que sepa estar atento a los abatares del destino, no es sino una comparación con la vida misma, y así me lo he tomado yo, como enseñanza del más allá para rebajar mi soberbia y mi vanidad. Vanitas, vanitatis...He de deciros que tengo un morado considerable en donde la espalda pierde su nombre y que me recuerda contínuamente que no debo desconfiar de los medios de comunicación núnca más, ni siquiera cuando me digan que España va bien, oiga, qué lección tan ejemplar.
Me despido vuestra afectísima. Sed buenos y temerosos de Dios.

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