Blogia
Blog de #biblioteca del irc-hispano

EL BOTE DE GARRAPIÑADAS

En el transcurso de una semana de trabajo no precisamente creativo, tuve la ocasión de visitar diariamente un pueblo de entidad media, con gasolinera, paisaje árido, espárragos cojonudos (no lo digo yo, lo dijo Su Majestad) y barrio de Casas Baratas (legado de otras épocas de régimen y playita de Palomares).

Trabajo de campo, lo llaman.

Durante siete días casi consecutivos, desayuno de café y tostada, carretera y manta y Melibea2 presta en el lugar X del pueblo T, con todo el avituallamiento que requería la ocasión: bloc de notas y rotuladores de colores. Allí me esperaba un asalariado del ayuntamiento que me asignaron como pinche de fatigas.

Javier, que así se llamaba, era un buen mancebo, treinta y tantos, piel curtida por el aire y blasfemia fácil, que gustaba de rezar en pagano con sonoros "mecagüens" en los que no se olvidaba de ningún miembro de la corte celestial. Por contra era poseedor de una media sonrisa entre dulce y pícara que fue la causante de que en más de una ocasión el rotulador titubease.

El caso es que Javier, además de ser alegría mañanera, era mi seguro para que los propietarios del susodicho barrio de Casas Baratas me abrieran sus puertas y me dejasen entrar en sus dominios, tarea no carente de cierto pudor.

Y así comenzó mi odisea particular de invasión de hogares, imágenes de viviendas adosadas similares al exterior y universos con infinidad de matices al interior. Durante unos días fueron muchos los hombres y mujeres que conocí en su medio más propio, su casa, con historias paralelas algunas, distintas siempre. Pero hoy me quedo con la de Antonio.

Javier llamó a la puerta en el número 22. Una cabeza plateada, un cuerpo algo menudo y una mirada azul y risueña nos dieron la bienvenida: era Antonio.

-¿Que vida, Javier?¡Hoy vienes con compañía!...Pasa, Javier. Pasa, maja, tú también. Aquí estaba con Carmen, terminando de peinarla.

Tras el umbral asomaba el salón algo impropio como tal, dado que además del sofá de los años cincuenta y la mesita camilla con brasero, había una cama articulada con todo tipo de artilugios desconocidos para mí, sin olvidar a Carmen, que allí yacía.

-¡Carmen, guapa, que hoy tenemos visita!- dijo Antonio con amplia sonrisa- Carmen es mi mujer desde hace 40 años. Ahora mismo estaba yo preparando unas alcachofas, que no me salen como las hacía Carmen, pero me arreglo, ¿verdad, Carmen?

La anciana mujer sonreía y sonreía y asentía con la cabeza. No tuvo que pasar mucho tiempo para cerciorarme de que Antonio era el traductor de aquel preludio de guiños , de aquella sonata de miradas claras. Antonio dominaba como nadie el lenguaje sin palabras.

-Esta es mi estrella ¿verdad, Carmen? Ahora vuelvo que tengo que enseñarle a esta moceta la cochera y el patio.. . Ven, maja, que aquí no vas a ver mas que cacharros viejos...bueno.. y un tesoro: mi DUCATI. ¡Ayyy, si mi DUCATI hablara...!

Y así comenzó a relatar, Antonio, innumerables anécdotas de sus idas y venidas en la moto DUCATI como alguacil del pueblo, de cuando repartía el recibo de la luz y las contribuciones, de la casa en la que mejor café se hacía, de cuando se rompió la barrera y una vaquilla se escapó..., y del "nublado" del año 82 cuando llovió tanto que de los desagües de los lavabos salía agua y tuvo que sacar a Carmen a hombros de su salón.

-Así que, maja, ya les he dicho a los del ayuntamiento, que si viene otro "nublau" y no me da tiempo de sacar a Carmen, cojo la escopeta y se va a armar, que hace muchos años que nos debían de haber arreglado esto.

Este fue el único momento en el que el semblante del alguacil jubilado tomó otro cariz, transformándose en duro y áspero.

Jamás pensé que aquella semana de trabajo aparentemente poco creativo, diera para tanto, y que, tiempo después, pudiera ser motivo de una historia virtual, no exenta del más puro realismo.

Las historias de Antonio me sorprendían cada día de aquella semana, cuando en las calles de aquel barrio de Casas Baratas me topaba con Carmen envuelta en una manta y sentada en una silla-móvil muy peculiar que Antonio empujaba con el ímpetu de los que aman la vida. Y todavía guardo el bote, vacío claro está, de garrapiñadas caseras que el viejo alguacil, y siempre como las hubiera hecho Carmen, me regaló.

Yo que no hago acopio de fetiches guardando EL BOTE.

Cada vez que lo miro busco aquel sabor tan especial de almendra amarga y empalago de caramelo: el agridulce sabor DE las mejores GARRAPIÑADAS que he comido.

melibea2

5 comentarios

Thryss -

gracias meli

jAvier -

A mi también me ha gustado.

¿El javi ese no te tiró lo tejos?. Me extraña.

Sorangustias -

A mi también.

alucia alucinada -

Es la primera vez que le leo a Oz un comentario así